Vivimos en una sociedad en la que está muy bien visto tener una alta actividad “crónica”. Decir “no tengo tiempo” o “no doy abasto, me faltan horas” es algo percibido como positivo. A menudo, cuando nos acostamos, estamos pensando en todo lo que nos ha faltado por hacer, con lo que “debemos” seguir lidiando al día siguiente. Y no te digo nada cuando nos despertamos cada día. Empezamos con el rosario de los “tengo que, tengo que, tengo que”, que ya empezamos sin disfrutar conscientemente de la ducha ni el desayuno. Lo peor es que desde afuera también se nos demandan interminables quehaceres, que nos atrapan la consciencia.

Sin embargo, vivir bajo la tiranía de los “tengo que” es una auto-falacia que nos hace ir con “el piloto automático” siempre conectado. Es decir, vamos de un lado para otro de forma inconsciente. Y esto nos suele generar niveles elevados de estrés permanente. Es algo muy pernicioso para la salud y para nuestra productividad real, ya que ésta va cayendo de manera inversamente proporcional a los niveles de estrés físico, mental y emocional.

Podemos decir que el estrés, “estrecha”. O sea, que produce estrechamiento. Estrechamiento de la atención, de la consciencia y de la empatía, puesto que nos focalizamos en lo nuestro, lo mío, mi tema, mis asuntos. ¿Podemos mejorar esta situación o “es lo que nos toca vivir” y hemos de aceptarlo sin más? La buena noticia es que podemos mejorar mucho esta situación. Podemos ser más felices trabajando, experimentar bienestar y, al mismo tiempo, ser más productivos. La no tan buena noticia es que tenemos que cambiar algunas creencias o paradigmas sobre nuestro día a día, para luego establecer nuevos hábitos más saludables. Y eso requiere esfuerzo, paciencia y perseverancia (no hay pastilla que valga).

Es lo que estamos aprendiendo gracias a los trabajos de investigación de la Psicología Positiva, tal como nos comenta la Dra. Susana Llorens en este video. Un aspecto clave, sencillo pero eficaz, para “racionalizar” nuestra jornada personal y/o laboral es hacer una pausa y “darse un respiro”. Literalmente. Darse un respiro es una acción inteligente que permite modificar la cadena de estresantes antes de que se haga crónica y ponga en peligro nuestra salud. Se trata de “ensanchar” la respiración de manera consciente, para recuperar una frecuencia cardiaca más lenta y ampliar las ondas cerebrales. Ello nos facilitará calma, un pensamiento integrador, mayor confianza y sensación de bienestar. El estrechamiento emocional también desaparece y podemos sentir cómo nos vamos distanciando de la agitación mental que nos absorbe en una espiral sin fin.

La respiración profunda es algo que tenemos instalado de serie y que podemos usar de forma económica y autónoma. Sólo hay que tener el propósito de darse un respiro varias veces al día, estableciendo pausas (recovery). En esas pausas, haz una larga inspiración todo lo profunda que puedas, notando que el aire llega hasta tu abdomen. Termina con una larga expiración también, expulsando todo el aire “rancio” lleno de dióxido de carbono. Repite esta acción tres veces. No añadas “efectos de audio” en forma de frases tóxicas del tipo “¡Ay, Dios mío!”, “¡Qué pena de vida!” o “¡Qué harto/a estoy!”, porque estarás contaminando los efectos beneficiosos de esta práctica. Es más saludable dar un significado a la inspiración, de aceptación de todo lo que llega y, a la expiración, de soltar lo que ya no podemos retener, y confiar en nuestros propios recursos, que son muchos.

Si además, reorganizamos nuestra agenda y dejamos “huecos” para la flexibilidad, pensando conscientemente qué actividades son más importantes, dejando sólo 2 ó 3 de ellas como objetivo diario, estaremos mejorando nuestra productividad a la vez que nuestra salud, aunque parezcan aspectos incompatibles. Todo lo contrario. El estrés nos hace más improductivos. El bienestar, la atención y la consciencia lúcida nos hacen más productivos. ¿Y tú, te das un respiro o “no tienes tiempo”?

Fuente imagen: psicoesfera.wordpress.com